lunes, 16 de noviembre de 2009
jueves, 6 de agosto de 2009
lunes, 18 de mayo de 2009
jueves, 7 de mayo de 2009
Ese
Ese hombre está loco. Se le nota en la mirada, en el gesto de la boca, en las inflexiones de la voz. Ese hombre coquetea, y te calienta, y dice cosas de las que no se hace cargo, no se hace cargo de nada. Te mira y piensa que es tu responsabilidad.
Es un niño pequeño que no sabe lo que quiere y lo quiere todo; todo ahora mismo, pero nada ahora mismo, como teniendo una pataleta por un juguete que no existe. Hace mohines, ¡tal cual!, espera que leas sus gestos, que adivines sus intenciones, que lo consueles de dolores que no conoces, que lo protejas de una vida que te parece completamente abierta. Él siempre ha podido acercarse pero no quiere, quiere que tú lo hagas. Es como si quisiera que lo violaras para salvarlo.
Quiere que lo ames y no quiere amar a nadie, pero llama, repite constantemente Beatriz, mientras lo miras detrás de un vidrio opaco y el corazón se te rompe.
Se te rompe porque no dice tu nombre, no eres tú lo que quiere sino una salvación de sí mismo.
Se te rompe porque golpea frustrado el cristal cuando le ofreces lo que tienes -que no es mucho, que no es la salida- no le satisface. Tú no eres Beatriz. Tú también estás perdida. A veces incluso en el mismo infierno. Para ser precisos en el noveno círculo.
Se te rompe porque te encara que no eres suficientemente nada como para hacerlo feliz. Se te rompe, no eres nada, él se vuelve todo y permanente, hermoso como hermoso puede ser lo verdaderamente terrible.
Es un niño pequeño que no sabe lo que quiere y lo quiere todo; todo ahora mismo, pero nada ahora mismo, como teniendo una pataleta por un juguete que no existe. Hace mohines, ¡tal cual!, espera que leas sus gestos, que adivines sus intenciones, que lo consueles de dolores que no conoces, que lo protejas de una vida que te parece completamente abierta. Él siempre ha podido acercarse pero no quiere, quiere que tú lo hagas. Es como si quisiera que lo violaras para salvarlo.
Quiere que lo ames y no quiere amar a nadie, pero llama, repite constantemente Beatriz, mientras lo miras detrás de un vidrio opaco y el corazón se te rompe.
Se te rompe porque no dice tu nombre, no eres tú lo que quiere sino una salvación de sí mismo.
Se te rompe porque golpea frustrado el cristal cuando le ofreces lo que tienes -que no es mucho, que no es la salida- no le satisface. Tú no eres Beatriz. Tú también estás perdida. A veces incluso en el mismo infierno. Para ser precisos en el noveno círculo.
Se te rompe porque te encara que no eres suficientemente nada como para hacerlo feliz. Se te rompe, no eres nada, él se vuelve todo y permanente, hermoso como hermoso puede ser lo verdaderamente terrible.
viernes, 17 de abril de 2009
Mensajería instantánea
Ahí está tu nick, los logs, las fotos enviadas, los audios, el tiempo, tanto tiempo, y tu última frase como una estaca. "Ah, el horror" me congela cada vez que siquiera pienso en borrarte de mi PC.
Ahí está tu nick para siempre desconectado, muerto.
Yo tampoco me resigno.
Ahí está tu nick para siempre desconectado, muerto.
Yo tampoco me resigno.
jueves, 16 de octubre de 2008
Santiago
Siempre me gustó el nombre de Santiago. Aún en los peores momentos de mi relación con esta ciudad la amé más que todas las demás, más que a las que acogieron a mi familia y a mí de muy niña, con generosidad algo interesada en el buen nombre de lo políticamente correcto.
Pero Santiago se queda acá, todo gris y todo sucio, lleno de pasillos y calles con números desordenados, igualito que una de esas colchas que hacían las abuelitas juntando cosas de diferentes colores ¿cómo se llaman?, tú sabes de qué hablo. Así es Santiago, un pegoteo de jardínes y terrenos baldíos, de niños rubios paseados por nanas peruanas y de niños de nanas peruanas encerrados en cuartos de casonas usadas como residenciales, de los edificios cayéndose en Matta y creciendo en Sanhattan.
Quizás me gusta un tanto por ego. Ego de saber dónde se esconden las cosas sórdidas, las liberalidades extremas, la gente diferente que sobrevive a esta normalidad aplastante disfrazándose en la semana y mirando libros de Magrite en casa. Ego por sentirme una de esas personas y sonreir confiada en la calle, sabiendo que eso se leerá como amabilidad y no como la perversión de lo que, casi siempre, estoy pensando. Ego, al fin y al cabo por saber que aquí, en medio del ruido ensordecedor del apuro y los autos, está lleno de un silencio preciso para que los sonidos propios se escuchen hasta por quienes no quieren escucharlo.
Santiago está lleno de cosas silenciadas, de rincones perdidos, de gente perdida, de gente, de muertos. Mierda como lo amo.
Pero Santiago se queda acá, todo gris y todo sucio, lleno de pasillos y calles con números desordenados, igualito que una de esas colchas que hacían las abuelitas juntando cosas de diferentes colores ¿cómo se llaman?, tú sabes de qué hablo. Así es Santiago, un pegoteo de jardínes y terrenos baldíos, de niños rubios paseados por nanas peruanas y de niños de nanas peruanas encerrados en cuartos de casonas usadas como residenciales, de los edificios cayéndose en Matta y creciendo en Sanhattan.
Quizás me gusta un tanto por ego. Ego de saber dónde se esconden las cosas sórdidas, las liberalidades extremas, la gente diferente que sobrevive a esta normalidad aplastante disfrazándose en la semana y mirando libros de Magrite en casa. Ego por sentirme una de esas personas y sonreir confiada en la calle, sabiendo que eso se leerá como amabilidad y no como la perversión de lo que, casi siempre, estoy pensando. Ego, al fin y al cabo por saber que aquí, en medio del ruido ensordecedor del apuro y los autos, está lleno de un silencio preciso para que los sonidos propios se escuchen hasta por quienes no quieren escucharlo.
Santiago está lleno de cosas silenciadas, de rincones perdidos, de gente perdida, de gente, de muertos. Mierda como lo amo.
viernes, 16 de noviembre de 2007
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